Hola mis queridos amantes del olor a libro nuevo y café!
He estado medio desaparecida estas últimas dos o tres
semanas, aunque en realidad eso no es mucha novedad en este blog. A diferencia
de mis otras ausencias, esta no se debe a que este estudiando o que tenga un
bloqueo lector, esta se debe a que “estoy
deprimida”.
Con esto de deprimida, no quiero alertar a nadie, no estoy
pasando por un mal momento ni nada súper fuerte que me haga ver la vida de
forma oscura, simplemente me he sentido muy triste desde que se me daño mi
laptop (Si no estás enterado, es porque no me sigues en twitter)
No estoy triste por el hecho de que se dañó o por la
absurda cantidad de dinero que tuve que gastar para arreglarla, sino porque
perdí todo un año de información guardada en mi laptop; fotos, videos,
documentos, MI TESIS, algunas entradas que estaban por salir a lo largo de
diciembre… TODO se perdió, y eso me ha causado una inmensa tristeza.
Este año se ha dedicado a recalcarme lo mucho que valen
emocionalmente para nosotros nuestros objetos materiales. Desde el primero de
enero me he visto envuelta en esta racha de “mala suerte” en la que he perdido
objetos materiales que significaban mucho para mí, no tanto por su valor
económico sino por los recuerdos e información que estos objetos poseían.
Sé que suena un poco absurdo el hecho de encariñarse con
algo inanimado, pero es que sin darnos cuentas le hemos ido dejando de apoco
memorias a ese objeto, pequeños detalles que te remontan a cierta ocasión y le
agregan valor a ese objeto.
Un valor incalculable, del que no somos conscientes hasta
que perdemos y ya no somos capaces de recuperar aquellos recuerdos.
Sé que
fue algo cortita esta entrada,
pero les
prometo que volveré pronto.
Que
opinan del valor emocional de los objetos?
¡Cuéntamelo
en los comentarios!
¡Un
abrazo muy grande con olor a café!
Bye bye